Historia de una voluntaria en Guatemala

"Guatemala es bella, pero duele en lo más profundo. No podría dejar indiferente a nadie que la observe con el alma y, desde luego, yo no seré una excepción"


Un texto de Elena García Moreno, voluntaria del Movimiento por la Paz en Guatemala

Escribir una historia de vida, es decir, una pequeña biografía exitosa sobre una mujer de Sololá, era una de mis tareas para estos cuatro meses y medio. Tomándome todas las licencias posibles y sin, por supuesto, compararme con las luchadoras que habitan en este Departamento, voy a exponer lo que para mí ha sido una pequeña vida llena de experiencias y aprendizajes.

Recién llegada desde la capital española al aeropuerto de la Aurora, entre lágrimas de miedo y añoranza sin apenas llevar un día, no podía despegar la nariz de los vidrios tintados del coche. Sorteando carros destartalados reconstruidos con piezas de aquí y de allá, y autobuses escolares tuneados (herencia de Estados Unidos) que conducen más rápido de lo considerado razonable, empecé a observar todo lo que me rodeaba. A un lado, edificios de oficinas, hoteles de lujo, luces y fluorescentes de inmensos centros comerciales llenos de tiendas y restaurantes… Y al otro, barrancos repletos de casas apiñadas unas encimas de otras, sin luces y sin colores, solo pobreza.

Fue la primera vez en mi vida que pude observar una desigualdad tan palpable y dolorosa apenas separada por unos cientos de metros. “Guate”, la capital, es una dosis de realidad donde uno puede cerciorarse de lo que realmente pasa al otro lado del mundo. Diría que la ciudad es un lugar extremadamente complicado que, entre contaminación, coches, pobreza y riqueza, tiene pequeños refugios que te invitan a conocerla un poco más allá.

Pero he de decir que mi estancia en “Guate” duró poco, pues mi trabajo se desarrolló en la sede del Movimiento por la Paz en Panajachel, en el Departamento de Sololá, a unos 140 kilómetros al oeste de la capital.

Panajachel

Aún con el corazón un poco encogido por mi temporal despedida de España, casi llegando al que sería mi hogar por poco más de cuatro meses, un hermoso e imponente lago azul rodeado de montañas y volcanes apareció mientras iba en carretera. Indescriptible la belleza del lugar que se iba a convertir en el telón de fondo de mi día a día. Aun poco antes de despedirme, se me seguía poniendo la carne de gallina al observar su paisaje o sus atardeceres en el muelle.

“Pana”, mi que pequeño “Pana”, ha sido un refugio durante estos meses en contraste con la dureza de la capital. Allí se respiraba tranquilidad. Las tienditas de artesanía y tejidos tradicionales pueblan sus calles. Abundan los restaurantes y hoteles para todos los gustos. Los turistas no paran de ir y venir, pero, en medio de todo ese ambiente turístico, afortunadamente pervive un aire tradicional donde la mayoría de las mujeres y hombres perpetúan las costumbres indígenas, visten los trajes tradicionales y comen sus guisos típicos.

El olor a tortillas de maíz y pollo frito, los cláxones de los tuc-tuc y la música de marimba son características que se me vendrán a la mente cuando piense en “Pana”. Aunque siempre, por su puesto, sin olvidar el inmenso lago, las sonrisas doradas de sus habitantes y las niñas y niños, que con sus trajes tradicionales corretean por su calle principal.

Y ahí estaba yo, una madrileña inexperta perdida en el altiplano del país con unas costumbres tan diferentes que hasta el mismo español parecía un idioma distinto. Resulta curioso cómo en cuatro meses puede uno evolucionar de literalmente llorar por no poder tirar de la cisterna por los constantes cortes de agua a tomarme con calma e incluso con sentido del humor los apagones y visitas inesperadas de insectos por cuyo tamaño pocos podrían aceptar como cohabitantes.

Manos a la obra

El trabajo que debía realizar suponía un importante desafío que, he de confesar, me llenaba de inseguridades. Sin embargo, gracias a mis compañeras, tanto del Movimiento por la Paz como de la organización con la que compartíamos proyecto, REDMUSOVI, mi labor ha supuesto un aprendizaje equiparable a muchas horas de estudio en la universidad. Todas me acogieron y apoyaron como si me conociesen de toda la vida y sin tener en cuenta -o por lo menos eso me transmitieron- mi escasa experiencia en cooperación.

En uno de los países con mayor número de feminicidios, nuestro proyecto estaba enfocado a la prevención de la violencia contra las mujeres. Imponente reto que nos dejaba avanzar muy lentamente, pero que con cada paso hacia adelante, por pequeño que fuese, sabíamos que estábamos contribuyendo a una sociedad más justa. Ese es nuestro reto conjunto.

Mi trabajo diario me permitió acercarme a las mujeres de Sololá, a sus historias de sobrevivientes y luchadoras en una sociedad violenta dominada por los hombres. Tuve la oportunidad de acompañar con mi cámara a Las Poderosas Teatro en sus talleres de sensibilización en centros educativos y conocer de primera mano los temores de las y los más jóvenes. Colaboré con mis compañeras en todo lo que me requirieron, desde apoyar en las inauguraciones de los nuevos espacios públicos rehabilitados libres de violencia  garantizando la visibilidad del trabajo y un discurso homogéneo, hasta la toma del acta de diferentes talleres y reuniones para sistematizar el trabajo que realizamos. Siempre recordaré la oportunidad que tuve de participar en el taller de sensibilización sobre violencia de género con autoridades indígenas.

En virtud de mi formación periodística, documentaba cada evento y avance de la organización. Con el objetivo de visibilizar nuestro trabajo, realicé materiales publicables y algunas entrevistas que me permitieron acercarme un poco más a la dura realidad del país. Durante mi estancia en Guatemala, iniciamos nuestra andadura en las redes sociales y tuve la suerte de poder impartir varios talleres de comunicación dentro y fuera del equipo donde resaltamos la importancia de la misma en nuestra labor diaria.

En contacto con las personas

Definitivamente ha sido un trabajo emocionante en el que cada día podía ser diferente. Por supuesto, hubo momentos complejos o de frustración, pero, sin duda, la gratificación de lo que hacíamos los superaba con creces. Trabajar con el Movimiento por la Paz me ha dado la oportunidad de unirme a un equipo multicultural, compuesto por mujeres valientes con las que he convivido y aprendido en todos los sentidos.  

Gracias al trabajo, que me permitía estar en contacto con la población, y supongo que como parte de mi crecimiento personal y adaptación a un entorno tan diferente, poco a poco me fui haciendo a la cotidianidad sololateca. A lo reservado de su población, a sus costumbres tradicionales, al regateo en el mercado de los domingos que ya es casi un pasatiempo, a su ritmo tranquilo, a sus desayunos de frijoles y refacciones de tamales o chuchitos. A  sus lluvias intensas, a sus abundantes iglesias evangélicas cuyos cantos se oyen desde varias cuadras, a sus puestitos de comida repletos de gente en casi todas las esquinas, a sus mujeres descalzas llevando inmensos canastos sobre la cabeza aparentemente sin dificultad, a sus coloridos trajes, a sus hermosos tejidos…

Sololá Departamento es un punto medio entre el pasado y el presente donde lo indígena y mestizo conviven mientras mantienen sus singularidades. No es raro ver a chicas jóvenes con su corte y huipil de la zona combinado con una sudadera de cualquier marca estadounidense mezclando lo tradicional y moderno en una sintaxis curiosa que podría resumir la esencia de Panajachel a la perfección.

Guatemala es bella

Guatemala es bella. Sus paisajes son capaces de cortarle la respiración a cualquiera, sus imponentes volcanes y las impresionantes ruinas mayas hacen que te des cuenta de lo diminuto que eres frente a toda esa majestuosidad. Las ciudades y pueblos coloniales son capaces de transportarte siglos atrás; sus lagos azules y sus bosques frondosos atrapan a sus visitantes y la amabilidad de la gente, su calidez y respeto, su fuerza y sus historias de lucha incansable te hacen reflexionar sobre lo mal acostumbrados que podemos llegar a estar al otro lado del mundo.

Pero, a pesar de su indudable belleza, Guatemala duele en lo más profundo. La violencia surca sus calles en todas las zonas del país, de manera más o menos visible, pero al fin y al cabo violencia que acaba día a día con vidas inocentes. Violencia machista, violencia intrafamiliar, violencia entre jóvenes pandilleros, violencia causada por el narcotráfico, violencia de cualquier tipo que ensombrece al país de la eterna primavera. Duele ver a niños que apenas levantan un palmo del suelo vendiendo en la calle; saber que la gente se muere literalmente de hambre y que la corrupción política y el lavado de dinero campan a sus anchas. Duele ver cómo las heridas de un conflicto cruento hasta límites inimaginables aún no han empezado ni a cicatrizar porque los acuerdos de paz han quedado en papel mojado…

Así es Guatemala o, al menos, así es cómo mis inexpertos ojos viajeros la han conocido. En tan solo cuatro meses, con sus lágrimas y sus risas, me llevo este pedacito de tierra y su gente tan dentro de mí que siempre lo consideraré como una pequeña parte de mi hogar en la que crecí en todos los sentidos: profesional, personal y cultural.

Guatemala no podría dejar indiferente a nadie que la observe con el alma  y, desde luego, yo no seré una excepción. Hasta pronto Guatebella.  

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